UNA REUNION MUY ESPERADA
Cuando el señor Bilbo Bolsón de Bolsón Cerrado anunció que muy
pronto celebraría su cumpleaños centésimo decimoprimero con una fiesta de
especial magnificencia, hubo muchos comentarios y excitación en Hobbiton.
Bilbo era muy rico y muy peculiar y había sido el asombro de la Comarca
durante sesenta años, desde su memorable desaparición e inesperado
regreso. Las riquezas que había traído de aquellos viajes se habían convertido
en leyenda local y era creencia común, contra todo lo que pudieran decir los
viejos, que en la colina de Bolsón Cerrado había muchos túneles atiborrados
de tesoros. Como si esto no fuera suficiente para darle fama, el prolongado
vigor del señor Bolsón era la maravilla de la Comarca. El tiempo pasaba, pero
parecía afectarlo muy poco. A los noventa años tenía el mismo aspecto que a
los cincuenta. A los noventa y nueve comenzaron a considerarlo «bien
conservado», pero «sin cambios» hubiese estado más cerca de la verdad.
Había muchos que movían la cabeza pensando que eran demasiadas cosas
buenas; parecía injusto que alguien tuviese (en apariencia) una juventud eterna
y a la vez (se suponía) bienes inagotables.
-Tendrá que pagar -decían-. ¡No es natural, y traerá problemas!
Pero tales problemas no habían llegado y como el señor Bolsón era generoso
con su dinero, la mayoría de la gente estaba dispuesta a perdonarle sus
rarezas y su buena fortuna. Se visitaba con sus parientes (excepto, claro está,
los Sacovilla-Bolsón) y contaba con muchos devotos admiradores entre los
hobbits de familias pobres y poco importantes. Sin embargo, no tuvo amigos
íntimos, hasta que algunos de sus primos más jóvenes fueron haciéndose
adultos.
El primo mayor y el favorito de Bilbo, era el joven Frodo Bolsón. Cuando
Bilbo cumplió noventa y nueve, adoptó a Frodo como heredero y lo llevó a vivir
consigo a Bolsón Cerrado; las esperanzas de los Sacovilla-Bolsón se
desvanecieron del todo. Ocurría que Bilbo y Frodo cumplían años el mismo
día: el 22 de septiembre. «Mejor será que te vengas a vivir aquí, muchacho»,
dijo Bilbo un día, «y así podremos celebrar nuestros cumpleaños cómodamente
juntos». En aquella época, Frodo estaba todavía en la «veintena», como los
hobbits llamaban a los irresponsables veinte años que median entre los trece y
los treinta y tres.
Pasaron doce años más. Los Bolsón habían dado siempre bulliciosas
fiestas de cumpleaños en Bolsón Cerrado; pero ahora se tenía entendido que
algo muy excepcional se planeaba para el otoño. Bilbo cumpliría ciento once
años, un número bastante curioso y una edad muy respetable para un hobbit
(el viejo Tuk había alcanzado sólo los ciento treinta; y Frodo cumpliría treinta y
tres, un número importante: el de la mayoría de edad).
Las lenguas empezaron a moverse en Hobbiton y Delagua: el rumor del
próximo acontecimiento corrió por todo el país. La historia y el carácter del
señor Bilbo fueron de nuevo el tema principal de conversación y las gentes más
viejas descubrieron que los cuentos del pasado eran de pronto bien recibidos
por todos. Nadie tuvo auditorio más atento que el viejo Ham Gamyi conocido
comúnmente como «el Tío». Contaba sus historias en La Mata de Hiedra, una
pequeña posada en el camino de Delagua y hablaba con cierta autoridad, pues
había cuidado el jardín de Bolsón Cerrado durante cuarenta años y
anteriormente había ayudado al viejo Cavada en esas mismas tareas. Ahora
que envejecía y se le endurecían las articulaciones, el trabajo estaba a cargo
generalmente de su hijo más joven, Sam Gamyi. Tanto el padre como el hijo
tenían muy buenas relaciones con Bilbo y Frodo. Vivían en la Colina misma,
en Bolsón de Tirada número 3, justo debajo de Bolsón Cerrado.
-El señor Bilbo es un caballero hobbit muy bien hablado, como he dicho
siempre -declaró el Tío.
Decía la verdad, pues Bilbo era muy cortés con él y lo llamaba «maestro
Hamfast» y lo consultaba constantemente sobre el crecimiento de las
legumbres; en materia de tubérculos, especialmente de patatas, reconocía al
Tío como autoridad máxima en las vecindades (incluyéndose él mismo).
-¿Quién es ese Frodo que vive con él? -preguntó el viejo Nogales de
Delagua-. Se apellida Bolsón, pero dicen que es mitad Brandigamo. No
entiendo por qué un Bolsón de Hobbiton ha de buscar esposa en Los Gamos,
donde la gente es tan extraña.
-Claro que son extraños -intervino Papá Dospiés, el vecino del Tío- pues
viven en la orilla mala del Brandivino y a la derecha de Bosque Viejo. Un lugar
siniestro y tenebroso, si es cierto la mitad de lo que se cuenta.
-¡Tienes razón! -dijo el Tío-. No porque los Brandigamo de Los Gamos
vivan en Bosque Viejo; pero son una familia rara, parece. Se divierten con
botes en ese gran río y eso no es natural; no me asombra que no salga nada
bueno; pero de cualquier modo el señor Frodo es un joven hobbit tan agradable
como el que más. Muy parecido al señor Bilbo y no sólo en el aspecto. Al fin y
al cabo, el padre era un Bolsón. Hobbit decente y respetable, el señor Drogo
Bolsón, nunca dio mucho que hablar, hasta que se ahogó.
-¿Se ahogó? -dijeron varias voces. Habían oído antes este y otros rumores
más sombríos, naturalmente; pero los hobbits tienen pasión por las historias de
familia, y estaban dispuestos a oírlo todo de nuevo.
-Bien, así dicen -dijo el Tío-. Verán: el señor Drogo se casó con la pobre
señorita Prímula Brandigamo; ella era prima hermana por parte de madre de
nuestro señor Bilbo (la madre era la hija menor del viejo Tuk) y el señor Drogo
era un primo segundo. Así el señor Frodo es primo hermano y segundo del
señor Bilbo, o sobrino por ambas partes, si ustedes me siguen. El señor Drogo
estaba viviendo en Casa Brandi con el suegro, el viejo señor Gorbadoc, cosa
que hacía a menudo (pues era de muy buen comer, y la mesa del viejo
Gorbadoc estaba siempre bien servida), y salió a navegar por el Brandivino; se
ahogaron él y su mujer; el pobre señor Frodo era niño aún.
-He oído que se fueron al río después de la cena, a la luz de la luna -dijo el
viejo Nogales-, y que fue el peso de Drogo lo que hizo zozobrar la
embarcación.
-Y yo he oído que ella lo empujó y que él tiró de ella y la arrastró al agua -
dijo Arenas, el molinero de Hobbiton.
-No prestes atención a todo lo que se dice, Arenas -dijo el Tío, que no
estimaba mucho al molinero-. No es necesario hablar de empujones y tirones.
Los botes son bastante traicioneros aun para los pasajeros más apacibles. No
le busquemos cinco pies al gato. De cualquier manera el señor Frodo quedó
huérfano, desamparado, como se dice, entre aquellos extraños gamunos, y fue
educado de algún modo en Casa Brandi. Una simple conejera, según dicen.
El viejo señor Gorbadoc nunca tenía menos de doscientos parientes en el
lugar. El señor Bilbo se mostró de veras bondadoso cuando trajo al joven a
vivir entre gente decente.
»Pero reconozco que fue un rudo golpe para los Sacovilla-Bolsón.
Pensaban quedarse en Bolsón Cerrado, cuando Bilbo desapareció y se le dio
por muerto. Y he aquí que vuelve, los echa y sigue viviendo y viviendo,
manteniéndose siempre joven, ¡bendito sea! Y de pronto presenta un heredero
con todos los papeles en regla. Los Sacovilla-Bolsón nunca volverán a ver
Bolsón Cerrado por dentro, o al menos así lo esperamos.
-He oído decir que hay una considerable cantidad de dinero escondida allí -dijo
un extranjero, viajante de comercio de Cavada Grande en la Cuaderna del
Oeste-, y que todo lo alto de la colina de ustedes está plagado de túneles
atestados de cofres con plata, oro y joyas, según he oído.
-Entonces ha oído más de lo que yo podría decir ahora -respondió el Tío-.
No sé nada de joyas. El señor Bilbo es generoso con su dinero y parece no
faltarle; pero no sé nada de túneles. Vi al señor Bilbo cuando volvió, unos
sesenta años atrás, cuando yo era muchacho. A poco de emplearme como
aprendiz, el viejo Cavada (primo de mi padre) me hizo subir a Bolsón Cerrado
para ayudarlo a evitar que la gente pisoteara el jardín mientras duraba la
subasta y he aquí que en medio de todo aparece el señor Bilbo subiendo la
colina, montado en un poney y cargando unas valijas enormes y un par de
cofres. No dudo de que esta carga fuera en su mayor parte ese tesoro que él
trajo de sitios lejanos, donde hay montañas de oro, según dicen, pero no era
tanto como para llenar túneles. Mi muchacho Sam sabrá más acerca de esto,
pues allí entra y sale cuando quiere. Lo enloquecen las viejas historias y
escucha todos los relatos del señor Bilbo. El señor Bilbo le ha enseñado a leer,
sin que ello signifique un daño, noten ustedes, y espero de veras que no le
traiga ningún daño.
»¡Ellos y dragones!, le digo yo. Coles y patatas son más útiles para mí y
para ti. No te mezcles en los asuntos de tus superiores o te encontrarás en
dificultades demasiado grandes para ti, le repito constantemente. Y he de decir
lo mismo a otros -agregó, mientras miraba al extranjero y al molinero.
Pero el Tío no convenció a su auditorio. La leyenda de la riqueza de Bilbo
estaba ya firmemente grabada en las mentes de las nuevas generaciones de
hobbits.
-Ah, pero es muy probable que él haya seguido aumentando lo que trajo al
principio -arguyó el molinero, haciéndose eco de la opinión general-. Se
ausenta muy a menudo, y miren la gente extranjera que lo visita: Enanos que
llegan de noche; ese viejo hechicero vagabundo, Gandalf y todos. Usted
puede decir lo que quiera, Tío, pero Bolsón Cerrado es un lugar extraño, y su
gente más extraña aún.
-Y usted también puede decir lo que quiera, aunque de esto sabe tan poco
como de cuestiones de botes, señor Arenas -replicó el Tío, a quien el molinero
le resultaba más antipático que de costumbre-. Si eso es ser extraño, entonces
podemos encontrar cosas un poco más extrañas por estos lugares. Hay
alguien, no muy lejos de aquí, que no ofrecería un vaso de cerveza a un amigo,
aunque viviese en una cueva de paredes doradas. Pero en Bolsón Cerrado las
cosas se hacen bien. Nuestro Sam dice que todos serán invitados a la fiesta y
que habrá regalos, no lo dude. Regalos para todos y en este mismo mes.
El mes era septiembre; un septiembre tan hermoso como se pudiera
pedir. Uno o dos días más tarde se extendió el rumor (probablemente iniciado
por el mismo Sam) de que habría fuegos artificiales como no se habían visto en
la Comarca durante casi un siglo, al menos desde la muerte del viejo Tuk.
Los días se sucedían y El Día se acercaba. Un vehículo de extraño
aspecto, cargado con bultos de extraño aspecto, entró en Hobbiton una noche
y subió la Colina de Bolsón Cerrado. Los Hobbits espiaban asombrados desde
el umbral de las puertas, a la luz de las lámparas. La gente que manejaba el
carro era extranjera: enanos encapuchados de largas barbas que entonaban
raras canciones. Unos pocos se quedaron en Bolsón Cerrado. Hacia fines de
la segunda semana de septiembre un carro que parecía venir del Puente del
Brandivino entró en Delagua en pleno día. Lo conducía un viejo. Llevaba un
puntiagudo sombrero azul, un largo manto gris y una bufanda plateada. Tenía
una larga barba blanca y cejas espesas que le asomaban por debajo del ala del
sombrero. Unos niñitos hobbits corrieron detrás del carro, a través de todo
Hobbiton, loma arriba. Llevaba una carga de fuegos de artificio, tal como lo
imaginaban. Frente a la puerta principal de la casa de Bilbo, el viejo comenzó
a descargar; eran grandes paquetes de fuegos de artificio de muchas clases y
formas, todos marcados con una gran G roja y la runa élfica,
Era la marca de Gandalf, naturalmente, y el viejo era Gandalf el mago, de
reconocida habilidad en el manejo de fuegos, humos y luces y famoso por esto
en la Comarca. La verdadera ocupación de Gandalf era mucho más difícil y
peligrosa, pero el pueblo de la Comarca no lo sabía. Para ellos Gandalf no era
más que una de las «atracciones» de la fiesta. De aquí la excitación de los
niños hobbits.
-¡La G es de Grande! -gritaban y el viejo sonreía. Lo conocían de vista,
aunque sólo aparecía en Hobbiton ocasionalmente y nunca se detenía mucho
tiempo. Pero ni ellos ni nadie, excepto los más viejos de los más viejos, habían
visto sus fuegos de artificio, que ya pertenecían a un pasado legendario.
Cuando el viejo, ayudado por Bilbo y algunos enanos, terminó de
descargar, Bilbo repartió unas monedas, pero ningún petardo ni ningún
buscapié, ante la decepción de los espectadores.
-¡Y ahora, fuera! -dijo Gandalf-. Tendrán de sobra a su debido tiempo. -
Luego desapareció en el interior de la casa junto con Bilbo, y la puerta se cerró.
Los niños hobbits se quedaron un rato mirando la puerta, y se alejaron
sintiendo que el día de la fiesta no llegaría nunca.
Bilbo y Gandalf estaban sentados en una pequeña habitación de Bolsón
Cerrado, frente a una ventana abierta que miraba al oeste sobre el jardín. La
tarde era clara y serena. Las flores brillaban, rojas y doradas; escrofularias,
girasoles y capuchinas, matizaban el césped y se asomaban a las ventanas
redondas -¡Qué hermoso luce tu jardín! -dijo Gandalf.
-Sí -respondió Bilbo-, le tengo mucho cariño, lo mismo que a toda la vieja
Comarca, pero creo que necesito un descanso.
-¿Quieres decir que continuarás con tu plan?
-Así es. Me decidí hace meses, y no he cambiado de parecer.
-Muy bien. No es necesario decir nada más. Manténte en tu plan, en tu
plan completo y creo que dará buenos resultados, para ti y para todos nosotros.
-Así lo espero. De cualquier modo, quiero divertirme el jueves y hacer mi
pequeña broma.
-Yo me pregunto quién reirá -dijo Gandalf, sacudiendo la cabeza. -Veremos
-respondió Bilbo.
Al día siguiente, más y más carros subieron por la Colina. Hubo sin
duda alguna queja a propósito de este «comercio local», pero esa misma
semana Bolsón Cerrado empezó a emitir órdenes reservando toda clase de
provisiones, artículos de primera necesidad y costosos manjares que pudieran
obtenerse en Hobbiton, Delagua o cualquier otro lugar de la vecindad. La
gente se entusiasmó; comenzó a contar los días en el calendario, mientras
esperaba ansiosamente al cartero que les llevaría las invitaciones.
Muy pronto las invitaciones comenzaron a salir a raudales y la oficina de
correos de Hobbiton quedó bloqueada y la de Delagua abrumada y hubo que
contratar carteros voluntarios. Un río continuo de carteros trepó por la loma
llevando cientos de corteses variantes de: Gracias, iré con mucho gusto.
En la entrada de Bolsón Cerrado apareció un cartel que decía: Prohibida la
entrada excepto por asuntos de la fiesta. Aun a aquellos que se ocupaban o
pretendían ocuparse de asuntos de la fiesta raras veces se les permitió la
entrada. Bilbo trabajaba- escribiendo invitaciones, registrando respuestas,
envolviendo regalos y haciendo algunos preparativos privados. Había
permanecido oculto desde la llegada de Gandalf.
Una mañana, los hobbits despertaron y vieron que el prado del sur junto a
la puerta principal de Bilbo estaba cubierto con cuerdas y estacas para tiendas
y pabellones. Se había abierto una entrada especial en la barranca que daba
al camino y se habían construido allí unos escalones anchos y una gran puerta
blanca. Las tres familias hobbits de Bolsón de Tirada, el terreno lindero,
estaban muy interesadas y eran envidiadas por todos. El Tío Gamyi hasta dejó
de aparentar que trabajaba en el jardín.
Los pabellones comenzaron a elevarse. Había uno particularmente amplio,
tan grande que el árbol que crecía en el terreno cabía dentro y se erguía
orgullosamente a un lado, a la cabecera de la mesa principal. Se colgaron
linternas de todas las ramas. Algo aún más promisorio para la mentalidad
hobbit: se levantó una enorme cocina al aire libre, en la esquina norte del
campo. Un ejército de cocineros procedentes de todas las posadas y casas de
comidas de muchas millas a la redonda, llegó a ayudar a los enanos y a todos
los curiosos personajes que estaban acuartelados en Bolsón Cerrado. La
excitación llegó a su punto culminante.
De pronto el cielo se nubló. Esto ocurrió el miércoles, víspera de la fiesta.
La ansiedad era intensa. Amaneció el esperado jueves 22 de septiembre. El
sol se levantó, las nubes desaparecieron, se enarbolaron las banderas, y la
diversión comenzó.
Bilbo Bolsón la llamaba una «fiesta», pero era en realidad una variedad de
entretenimientos combinados. Prácticamente habían sido invitados todos los
que vivían cerca. Muy pocos fueron omitidos por error, pero esto no tuvo
importancia, pues lo mismo acudieron. Invitaron además a mucha gente de
otras partes de la Comarca y hasta unos pocos de más allá de las fronteras.
Bilbo mismo recibía a los invitados (y acompañantes) junto a la nueva puerta
blanca. Repartió regalos a todos y muchos a algunos que salían por los fondos
y volvían a entrar por la puerta principal. Los hobbits, cuando cumplían años,
acostumbraban hacer regalos a los demás. Regalos no muy caros,
generalmente, y no tan pródigos como en esta ocasión; pero no era un mal
sistema. En verdad, en Hobbiton y en Delagua todos los días del año era el
cumpleaños de alguien y por lo tanto todo hobbit tenía una oportunidad segura
de recibir un regalo al menos una vez por semana. Nunca se cansaban de los
regalos.
En esta ocasión los regalos fueron desacostumbradamente buenos. Los
niños hobbits estaban tan excitados que por un rato se olvidaron de comer.
Había juguetes nunca vistos, todos hermosos y algunos evidentemente
mágicos. Muchos de ellos habían sido encargados un año antes y los habían
traído de la Montaña y del Valle, y eran piezas auténticas, fabricadas por
Enanos.
Cuando todos estuvieron dentro, y luego de dárseles la bienvenida, hubo
canciones, danzas, música, juegos y como era de esperar, comida y bebida.
Había tres comidas oficiales: almuerzo, merienda y cena, pero el almuerzo y la
merienda se distinguieron principalmente por el hecho de que todos los
invitados estaban sentados y comían juntos. En otros momentos había sólo
grupos de gente que comían y bebían, sucediéndose sin interrupción desde las
once hasta las seis y media, hora en que comenzaron los fuegos de artificio.
Los fuegos de artificio eran de Gandalf; no sólo los había traído, sino que
los había preparado y fabricado. El mismo disparó los más extraños, las piezas
y los cohetes voladores. Hubo también una generosa distribución de
buscapiés, petardos, bengalas, cohetes, antorchas, estrellitas, velas de enano,
fuentes élficas, duendes ladradores y truenos; todos soberbios. El arte de
Gandalf progresaba con los años.
Hubo cohetes como un vuelo de pájaros centelleantes, de dulces voces; hubo
árboles verdes, con troncos de humo oscuro, y hojas que se abrían en una
súbita primavera; de las ramas brillantes caían flores resplandecientes sobre
los hobbits maravillados y des parecían dejando un suave aroma en el instante
mismo en que ya iban a tocar los rostros vueltos hacia arriba. Hubo fuentes de
mariposas que volaban entre los árboles, columnas de fuegos coloreados que
se elevaban transformándose en águilas, o barcos de vela, o una bandada de
cisnes voladores. Hubo un trueno y relámpago rojo, y luego una lluvia amarilla;
un bosque de lanzas plateadas se alzó, de pronto con alaridos de batalla y
cayó en el agua siseando como cien serpientes enardecidas. Y también hubo
una última sorpresa dedicada a Bilbo, que dejó atónitos a los hobbits, como lo
deseaba Gandalf. Las luces se apagaron; una gran humareda subió en el aire,
tomando la forma de una montaña lejana, vomitando llamas escarlatas y
verdes, Y de esas llamas salió volando n dragón rojo y dorado, no de tamaño
natural, pero sí de terrible aspecto. Le brotaba fuego de la boca y le
relampagueaban los ojos. Se oyó de pronto un rugido y el dragón pasó tres
veces como una exhalación sobre las cabezas de la multitud. Todos se
agacharon y muchos cayeron de bruces, El dragón se alejó como un tren
expreso, dio un triple salto mortal y estalló sobre Delagua con un estruendo
ensordecedor,
-¡La señal para la cena! -dijo Bilbo-, El susto y la alarma se disiparon
inmediatamente y los postrados hobbits se incorporaron de un salto. Hubo una
espléndida cena para todos, excepto los invitados a la cena especial de la
familia que se sirvió en el pabellón, Se limitaron las invitaciones a doce
docenas (número que los hobbits llamaban a esa, aunque el término no se
considerara apropiado para contar gente) y los invitados fueron seleccionados
entre todas las familias a las que Bilbo y Frodo estaban unidos por lazos de
parentesco, con el agregado especial de unos pocos amigos, como Gandalf.
Se incluyeron muchos niños hobbits, con el permiso de las familias, pues los
hobbits no acostaban temprano a los niños y los sentaban a la mesa junto con
los mayores, especialmente cuando se trataba de conseguir una comida gratis.
La crianza de los niños hobbits demandaba una gran cantidad de cereales.
Había muchos de los Bolsón y de los Boffin, también de los Tuk y los
Brandigamo; varios de los Cavada, parientes de la abuela de Bilbo Bolsón y
varios Redondo, relacionados con el abuelo Tuk; y una selección de los Bolger,
Cíñatiesa, Cometa, Ganapié, Madriguera, Tallabuena y Tejonera. Algunos sólo
eran parientes lejanos de Bilbo y otros apenas habían estado alguna vez en
Hobbiton, pues vivían en los remotos confines de la Comarca. No se olvidó a
los Sacovilla-Bolsón. Estaban presentes Otho y su esposa Lobelia. Le tenían
antipatía a Bilbo y detestaban a Frodo, pero les pareció que no era posible
rechazar una invitación escrita con tinta dorada en una magnífica tarjeta.
Además el primo Bilbo se había especializado en la buena cocina durante
muchos años y su mesa era muy apreciada.
Los ciento cuarenta y cuatro invitados, sin excepción, esperaban un
banquete agradable, aunque temían el discurso del anfitrión luego de la comida
(inevitable ítem). Bilbo era aficionado a insertar fragmentos de algo que él
llamaba poesía, aunque fueran traídos de los pelos; y algunas veces, después
de un vaso o dos, aludía a las aventuras absurdas de su misterioso viaje. Los
invitados no quedaron chasqueados; habían tenido una fiesta muy agradable,
en una palabra un verdadero placer: rica, abundante, variada y prolongada. La
adquisición de provisiones en todo el distrito durante la semana siguiente fue
casi nula, cosa sin importancia, pues Bilbo había agotado las reservas de la
mayoría de las tiendas, bodegas y almacenes en muchas millas a la redonda.
El festín concluía (no del todo) y vino el discurso. La mayor parte de los
invitados se encontraba de un humor apacible, en ese delicioso estado en que
«se repletan los últimos rincones» como ellos decían. Estaban sorbiendo
ahora sus bebidas favoritas y saboreando sus golosinas predilectas y ya no
tenían nada que temer. Por lo tanto estaban preparados para escuchar
cualquier cosa y aplaudir en todas las pausas.
Mi querido pueblo, comenzó Bilbo incorporándose.
-¡Atención, atención! -gritaron todos a coro, poco dispuestos a cumplir lo
que ellos mismos aconsejaban. Bilbo dejó su lugar y se subió a una silla bajo
el árbol iluminado. La luz de la linterna le caía sobre la cara radiante; en el
chaleco de seda resplandecían unos botones dorados. Todos podían verlo de
pie, agitando una mano en el aire y la otra metida en el bolsillo del pantalón.
Mis queridos Bolsón y Boffin, comenzó nuevamente y mis queridos Tuk y
Bolger y Brandigamo y Cavada y Redondo y Madriguera y Corneta y Ciñatiesa,
Tallabuena, Tejonera y Ganapié.
-¡Ganapié! -gritó un viejo hobbit desde el fondo del pabellón. Tenía en
verdad el nombre que merecía. Los pies, que había puesto sobre la mesa,
eran grandes y excepcionalmente velludos.
Ganapié, repitió Bilbo. También mis buenos Sacovilla-Bolsón, a quienes
doy por fin la bienvenida a Bolsón Cerrado. Hoy es mi cumpleaños centésimo
decimoprimero: ¡tengo ciento once años!
-¡Hurra! ¡Hurra! ¡Por muchos años! -gritaron los hobbits golpeando
alegremente sobre las mesas. Bilbo estaba magnífico. Ese era el tipo de
discurso que les gustaba: corto y obvio.
Deseo que lo estén pasando tan bien como yo.
Se oyeron aplausos ensordecedores y gritos de Sí (y No). Ruido de
trompetas y cuernos, pitos y flautas y otros instrumentos musicales. Había
muchos niños hobbits, como se ha dicho, e hicieron reventar cientos de
petardos musicales; casi todos traían estampada la marca Valle, lo que no
significaba mucho para la mayoría de los hobbits, aunque todos estaban de
acuerdo en que eran petardos maravillosos. Dentro de los petardos venían
unos instrumentos pequeños pero de fabricación perfecta y sonidos
encantadores. En efecto, en un rincón, algunos de los jóvenes Tuk y
Brandigamo, en la creencia de que el tío Bilbo había terminado (pues había
dicho sencillamente todo lo que tenía que decir), improvisaron una orquesta y
se pusieron a tocar una pieza bailable. El señor Everardo Tuk y la señorita
Melilot Brandigamo se subieron a una mesa y llevando unas campanitas en las
manos empezaron a bailar el «Repique de campanas», bonita danza aunque
algo vigorosa.
Pero Bilbo no había terminado. Le pidió la corneta a un niño que estaba allí
cerca, se la llevó a la boca y sopló tres veces fuertemente. El ruido se calmó.
¡No les distraeré mucho tiempos, gritó Bilbo entre aplausos. Los he reunido
a todos con un propósito. Algo en el tono de Bilbo impresionó entonces a los
hobbits; se hizo casi el silencio. Uno o dos Tuk alzaron las orejas.
En realidad, con tres propósitos. En primer lugar, para poder decirles lo
mucho que los quiero y lo breves que son ciento once años entre hobbits tan
maravillosos y admirables.
Tremendo estallido de aprobación.
No conozco a la mitad de ustedes, ni la mitad de lo que querría y lo que yo
querría es menos de la mitad de lo que la mitad de ustedes merece.
Esto fue inesperado y bastante difícil. Se oyeron algunos aplausos
aislados, pero la mayoría se quedó callada, tratando de descifrar las palabras
de Bilbo y viendo si podía entenderlas como un cumplido.
En segundo lugar, para celebrar mi cumpleaños.
Aplausos nuevamente.
Tendría que decir: nuestro cumpleaños, pues es también el cumpleaños de
mi sobrino y heredero Frodo. Hoy entra en la mayoría de edad y en posesión
de la herencia.
Se volvieron a escuchar algunos aplausos superficiales de los mayores y
algunos gritos de «¡Frodo! ¡Frodo! ¡Viva el viejo Frodo!» de los más jóvenes.
Los Sacovilla-Bolsón fruncieron el ceño y se preguntaron qué habría querido
decir Bilbo con las palabras «posesión de la herencia».
Juntos sumamos ciento cuarenta y cuatro años. El número de ustedes fue
elegido para corresponder a este notable total, una gruesa, si se me permite la
expresión. Ningún aplauso. Era ridículo. Muchos de los invitados,
especialmente los Sacovilla-Bolsón se sintieron insultados, entendiendo que se
los había invitado sólo para completar un número, como mercaderías en un
paquete. Una gruesa, en efecto. ¡Qué expresión tan vulgar!
También es, si me permiten que me remonte a la historia antigua, el
aniversario de mi llegada en tonel a Esgarot, en Lago Largo, aunque en aquella
ocasión olvidé por completo mi cumpleaños. Sólo tenía cincuenta y uno
entonces, y cumplir años no me parecía tan importante. El banquete fue
espléndido, de todos modos, aunque recuerdo que yo estaba muy acatarrado y
sólo pude decir «Mucha gracia». Ahora les digo más correctamente: Muchas
gracias por asistir a mi pequeña fiesta. Silencio obstinado. Todos temían la
inminencia de una canción o de una poesía y estaban empezando a aburrirse.
¿Acaso no podía terminar de hablar y dejarlos beber a sus anchas? Pero Bilbo
ni cantó ni recitó. Hizo una breve pausa.
En tercer lugar y finalmente, ¡quiero hacer un anuncio! Pronunció esta
última palabra en voz tan alta y tan repentinamente que quienes todavía podían
se incorporaron en seguida. Lamento anunciarles que aunque ciento once
años es tiempo demasiado breve para vivir entre ustedes, como ya dije, esto es
el fin. Me voy. Los dejo ahora. ¡Adiós!
Bilbo bajó de la silla y desapareció: hubo un relámpago enceguecedor y
todos los invitados parpadearon; y cuando abrieron de nuevo los ojos, Bilbo ya
no estaba. Ciento cuarenta y cuatro hobbits miraron boquiabiertos y sin habla;
el viejo Odo Ganapié quitó los pies de encima de la mesa y pateó el suelo.
Siguió un silencio mortal, hasta que de pronto, luego de unos profundos
suspiros, todos los Bolsón, Boffin, Tuk, Brandigamo, Cavada, Redondo,
Madriguera, Bolger, Ciñatiesa, Tejonera, Tallabuena, Corneta y Ganapié,
comenzaron a hablar al mismo tiempo.
La mayoría estuvo de acuerdo: la broma había sido de muy mal gusto y
necesitaban más comida y bebida para curarse de la impresión y el mal rato.
«Está loco. Siempre lo dije» fue quizás el comentario más popular. Hasta los
Tuk (excepto unos pocos) pensaron que la conducta de Bilbo había sido
absurda y casi todos dieron por sentado que la desaparición no era más que
una farsa ridícula.
Pero el viejo Rory Brandigamo no estaba tan seguro. Ni la edad ni la gran
comilona le habían nublado la razón y le dijo a su nuera Esmeralda: -En todo
esto hay algo sospechoso, mi querida. Yo creo que el loco Bolsón ha vuelto a
irse. Viejo tonto. Pero ¿por qué preocuparnos si no se ha llevado las vituallas?
Llamó a voces a Frodo para que ordenase servir más vino.
Frodo era el único de los presentes que no había dicho nada. Durante un
tiempo permaneció en silencio, junto a la silla vacía de Bilbo, ignorando todas
las preguntas y conjeturas. Se había divertido con la broma, por supuesto,
aunque estaba prevenido. Le había costado contener la risa ante la sorpresa
indignada de los invitados, pero al mismo tiempo se sentía perturbado de
veras; descubría de pronto que amaba tiernamente al viejo hobbit. La mayor
parte de los invitados continuó bebiendo, comiendo y discutiendo las rarezas
presentes y pasadas de Bilbo Bolsón, pero los Sacovilla-Bolsón se fueron en
seguida, furiosos. Frodo ya no quiso saber nada con la fiesta; ordenó servir
más vino, se puso de pie, vació la copa en silencio, a la salud de Bilbo y se
deslizó fuera del pabellón.
En cuanto a Bilbo Bolsón, mientras pronunciaba el discurso no dejaba de
juguetear con el Anillo de oro que tenía en el bolsillo, el Anillo mágico que
había guardado en secreto tantos años. Cuando bajó de la silla se deslizó el
Anillo en el dedo y ningún hobbit volvió a verlo en Hobbiton.
Regresó a su agujero a paso vivo y se quedó allí unos instantes,
escuchando con una sonrisa la algarabía del pabellón y los alegres sonidos
que venían de otros lugares del campo. Luego entró. Se quitó la ropa de
fiesta, dobló y envolvió en papel de seda el chaleco de seda bordado y lo
guardó. Se puso rápidamente algunas viejas vestiduras y se aseguró el
chaleco con un gastado cinturón de cuero. De él colgó una espada corta, en
una vaina deteriorada de cuero negro. De una gaveta cerrada con llave que
olía a bolas de alcanfor tomó un viejo manto y un gorro. Habían estado
guardados bajo llave como si fuesen un tesoro, pero estaban tan remendados y
desteñidos por el tiempo que el color original apenas podía adivinarse (verde
oscuro quizá); por otra parte eran demasiado grandes para él. Luego fue a su
escritorio, tomó de una caja grande y pesada un atado envuelto en viejos
trapos, un manuscrito encuadernado en cuero y un sobre abultado. Puso el
libro y el atado dentro de una pesada maleta que ya estaba casi llena. Metió
dentro del sobre el Anillo de oro y la cadena, selló el sobre y escribió el nombre
de Frodo. En un principio lo puso sobre la repisa de la chimenea, pero de
pronto cambió de idea y se lo guardó en el bolsillo. En ese momento se abrió
la puerta y Gandalf entró apresuradamente.
-Hola -dijo Bilbo-, estaba pensando si vendrías.
-Me alegra encontrarte visible -repuso el mago, sentándose en una silla-.
Quería decirte unas pocas palabras finales. Supongo que crees que todo ha
salido espléndidamente y de acuerdo con lo planeado.
-Sí, lo creo -dijo Bilbo-. Aunque el relámpago me sorprendió. Me
sobresalté de veras y no digamos nada de los otros. ¿Fue un pequeño
agregado tuyo?
-Sí. Tuviste la prudencia de mantener en secreto el Anillo todos estos años
y me pareció necesario dar a los invitados algo que explicase tu desaparición
repentina.
-Y me arruinaste la broma. Eres un viejo entrometido -rió Bilbo-; pero
tienes razón, como de costumbre.
-Así es, cuando sé algo. Pero no me siento demasiado seguro en todo este
asunto, que ha llegado a su punto final. Has hecho tu broma, has alarmado y
ofendido a la mayoría de tus parientes y has dado a toda la Comarca tema de
que hablar durante nueve días, o mejor aún, noventa y nueve. ¿Piensas ir más
lejos?
-Sí, lo haré. Tengo necesidad de un descanso; un descanso muy largo,
como te he dicho; probablemente un descanso permanente; no creo que
vuelva. En realidad no tengo la intención de volver y he hecho todos los
arreglos necesarios. Estoy viejo, Gandalf; no lo parezco, pero estoy
comenzando a sentirlo en las raíces del corazón. ¡Bien conservado! -resopló-.
En verdad me siento adelgazado, estirado, ¿entiendes lo que quiero decir?,
como un pedacito de manteca extendido sobre demasiado pan. Eso no puede
ser. Necesito un cambio, o algo.
Gandalf lo miró curiosa y atentamente. -No, no me parece bien -dijo
pensativo-. Aunque creo que tu plan es quizá lo mejor.
-De cualquier manera, me he decidido. Quiero ver nuevamente montañas,
Gandalf, montañas; y luego encontrar algún lugar donde pueda descansar, en
paz y tranquilo, sin un montón de parientes merodeando y una sarta de
malditos visitantes colgados de la campanilla. He de encontrar un lugar donde
pueda terminar mi libro. He pensado un hermoso final: «Vivió feliz aun
después del fin de sus días. »
Gandalf rió. -Que así sea. Pero nadie leerá el libro, cualquiera sea el final.
-Oh, lo leerán, en años venideros. Frodo ha leído algo a medida que lo iba
escribiendo. Pondrás un ojo en Frodo. ¿Lo harás?
-Sí, lo haré; pondré los dos ojos, mientras los conserve.
-Frodo hubiera venido conmigo, por supuesto, si se lo hubiese pedido. En
realidad me lo ofreció una vez, precisamente antes de la fiesta, pero él aún no
lo deseaba de veras. Quiero ver de nuevo el campo salvaje y las montañas,
antes de morir. Frodo todavía ama la Comarca, los campos, bosques y
arroyos. Se sentirá cómodo aquí. Le dejaré todo, naturalmente, excepto unas
pocas menudencias. Creo que será feliz cuando se acostumbre a estar solo.
Ya es hora de que sea su propio dueño.
-¿Todo? -dijo Gandalf-. ¿También el Anillo? Dijiste que se lo dejarías.
-Bueno... sí, supongo que sí -tartamudeó Bilbo. -¿Dónde está?
-Ya que quieres saberlo, en un sobre -dijo Bilbo con impaciencia-. Allí,
sobre la repisa de la chimenea. Bueno, ¡no! ¡Lo tengo aquí, en el bolsillo! -
Titubeó y murmuró entre dientes- ¿No es una tontería ahora? Después de
todo, sí, ¿por qué no? ¿Por qué no dejarlo aquí?
Gandalf volvió a mirar a Bilbo muy duramente, con un fulgor en los ojos. -
Creo, Bilbo -dijo con calma-, que yo lo dejaría. ¿No es lo que deseas?
-Sí y no. Ahora que tocamos el tema, te diré que me disgusta separarme
de él. Y no sé por qué habría de hacerlo. Pero ¿qué pretendes? -preguntó
Bilbo y la voz le cambió de un modo extraño. Hablaba ahora en un tono
áspero, suspicaz y molesto-. Tú estás siempre fastidiándome con el Anillo y
nunca con las otras cosas que traje del viaje.
-Tuve que fastidiarte -dijo Gandalf-. Quería conocer la verdad. Era
importante. Los anillos mágicos son... bueno, mágicos; raros y curiosos.
Estaba profesionalmente interesado en tu Anillo, puedes decir, y todavía lo
estoy. Me gustaría saber por dónde anda, si te marchas de nuevo. Y también
pienso que lo has tenido bastante. Ya no lo necesitarás, Bilbo, a menos que yo
me equivoque.
Bilbo enrojeció y un resplandor colérico le encendió la mirada. El rostro
bondadoso se le endureció de pronto. - ¿Por qué no? - gritó -. ¿Y qué te
importa saber lo que hago con mis propias cosas? Es mío. Yo lo encontré. El
vino a mí.
-Sí, sí -dijo Gandalf-; no hay por qué enojarse.
-Si me enojo es por tu culpa. Te vuelvo a repetir que es mío. Mío. Mi
tesoro. Sí, mi tesoro.
La cara del mago seguía grave y atenta y sólo una luz vacilante en los ojos
profundos mostraba que estaba asombrado, y aun alarmado.
-Alguien lo llamó así -dijo-, y no fuiste tú.
-Pero yo lo llamo así ahora. ¿Por qué no? Aunque una vez Gollum haya
dicho lo mismo. Ya no es de él, sino mío y repito que lo conservaré.
Gandalf se puso de pie. Habló con severidad.
-Serás un tonto si lo haces, Bilbo - dijo -. Cada palabra que dices lo muestra
más claramente. Tiene demasiado poder sobre ti. ¡Déjalo! Entonces podrás
irte y serás libre.
-Iré adonde quiera y haré lo que me dé la gana -continuó Bilbo con
obstinación.
-¡Ya, ya, mi querido hobbit! -dijo Gandalf -. Durante toda tu larga vida
hemos sido amigos y algo me debes. ¡Vamos! Haz lo que prometiste, déjalo.
-¡Bueno, si tú quieres mi Anillo, dilo! -gritó Bilbo-. Pero no lo tendrás. No
entregaré mi tesoro, te lo advierto.
La mano del hobbit se movió con rapidez hacia la empuñadura de la pequeña
espada.
Los ojos de Gandalf relampaguearon. -Pronto me llegará el momento de
enojarme -dijo-. Atrévete a repetirlo y verás al descubierto a Gandalf el Gris.
Gandalf dio un paso hacia el hobbit y pareció agrandarse, amenazante, y
su sombra llenó la habitación.
Bilbo retrocedió hacia la pared, respirando agitadamente, la mano apretada
sobre el bolsillo. Se enfrentaron un momento, observándose mutuamente y el
aire vibró en el cuarto. Los ojos de Gandalf se quedaron clavados en el hobbit.
Bilbo aflojó poco a poco las manos y se echó a temblar.
-No me lo explico, Gandalf -dijo-. Nunca te había visto así antes. ¿Qué
ocurre? Es mío, ¿no es verdad? Yo lo encontré y Gollum me habría matado si
no lo hubiera tenido conmigo. No soy un ladrón, diga lo que diga.
-Nunca te llamé ladrón -respondió Gandalf-, y yo tampoco lo soy. No estoy
tratando de robarte, sino de ayudarte. Sería bueno que confiaras en mí, como
hasta ahora.
Se volvió, y la sombra se esfumó en el aire. Gandalf pareció achicarse
hasta ser de nuevo un viejo gris, encorvado e inquieto.
Bilbo se restregó los ojos. -Lo lamento, pero me siento muy raro y sin
embargo sería un alivio, en cierto modo, no tener que preocuparme más. Me
ha obsesionado en los últimos tiempos. A veces me parecía un ojo que me
miraba. Siempre tenía ganas de ponérmelo y desaparecer, ¿sabes?, y luego
quería sacármelo, temiendo que fuera peligroso. Traté de guardarlo bajo llave,
pero me di cuenta de que no podía descansar si no lo tenía en el bolsillo. No
sé por qué. Y no me siento capaz de decidirme.
-Entonces confía en mí -dijo Gandalf -. Ya está todo resuelto. Vete y déjalo.
Renuncia a tenerlo y dáselo a Frodo, a quien yo cuidaré.
Bilbo se quedó un momento tenso e indeciso. Al fin suspiró y dijo con
esfuerzo: -Bien, lo haré. -Se encogió de hombros y sonrió tristemente. - Al fin y
al cabo, para esto se hizo la fiesta: para regalar muchas cosas y en cierto modo
para que no me costara tanto dejar también el Anillo. No fue cosa fácil al final,
pero sería una lástima desperdiciar tantos preparativos. Arruinar la broma.
-En efecto -respondió Gandalf-. Suprimiría el único motivo que siempre le
vi al asunto.
-Muy bien -dijo Bilbo-, se lo dejaré a Frodo con todo lo demás. -Tomó
aliento. - Y ahora tengo que partir, o alguien me pescará. Ya he dicho adiós y
no podría empezar otra vez. -Recogió la maleta y fue hacia la puerta.
-Todavía tienes el Anillo -dijo el mago.
-¡Sí, lo tengo! -gritó Bilbo-. Y mi testamento y todos los otros documentos
también. Es mejor que los tomes tú y los entregues en mi nombre. Será lo
más seguro.
-No, no me des el Anillo -dijo Gandalf-. Ponlo sobre la repisa de la
chimenea. Estará seguro allí hasta que llegue Frodo; yo lo esperaré.
Bilbo sacó el sobre y justo en el momento en que lo colocaba junto al reloj,
le tembló la mano y el paquete cayó al suelo. Antes que pudiera levantarlo, el
mago se agachó, lo recogió y lo puso en su lugar. Un espasmo de rabia cruzó
fugazmente otra vez por la cara del hobbit y casi en seguida se transformó en
un gesto de alivio y en una risa.
-Bien, ya está -comentó-. Ahora sí, ¡me voy!
Pasaron al vestíbulo. Bilbo tomó su bastón favorito y silbó. Tres enanos
vinieron de tres distintas habitaciones.
-¿Está todo listo? -preguntó Bilbo-. ¿Todo embalado y rotulado?
-Todo -contestaron.
-¡Entonces, en marcha! -Y caminó hacia la puerta del frente. Era una
noche magnífica y se veía el cielo oscuro salpicado de estrellas. Bilbo miró,
olfateando el aire.
-¡Qué alegría! ¡Qué alegría estar nuevamente en camino con los enanos!
¡Años y años estuve esperando este momento! ¡Adiós! -dijo mirando a su viejo
hogar e inclinándose delante de la puerta-. ¡Adiós, Gandalf!
-Adiós por ahora, Bilbo. ¡Ten cuidado! Eres bastante viejo y quizá bastante
sabio.
-¡Tener cuidado! No me importa. ¡No te preocupes por mí! Me siento más
feliz que nunca, lo que es mucho decir. Pero la hora ha llegado. Al fin me voy.
En seguida, en voz baja, como para sí mismo, se puso a cantar en la
oscuridad:
El camino sigue y sigue
desde la puerta.
El camino ha ido muy lejos,
y si es posible he de seguirlo
recorriéndole con pie decidido
hasta llegar a un camino más ancho
donde se encuentran senderos y cursos.
¿Y de ahí adónde iré? No podría decirlo.
Bilbo se detuvo en silencio, un momento. Luego, sin pronunciar una
palabra, se alejó de las luces y voces de los campos y tiendas, y seguido por
sus tres compañeros dio una vuelta al jardín y bajó trotando la larga
pendiente. Saltó un cerco bajo y fue hacia los prados, internándose en la
noche como un susurro de viento entre las briznas.
Gandalf se quedó un momento mirando cómo desaparecía en la
oscuridad. -Adiós, mi querido Bilbo, hasta nuestro próximo encuentro -dijo
dulcemente, y entró en la casa,
Frodo llegó poco después y encontró a Gandalf sentado en la penumbra y
absorto en sus pensamientos.
-¿Se fue? -le preguntó.
-Sí -respondió Gandalf-, al fin se fue.
-Deseaba, es decir, esperaba hasta esta tarde que todo fuese una broma -
dijo Frodo-. Pero el corazón me decía que era verdad. Siempre bromeaba
sobre cosas serias. Lamento no haber venido antes para verlo partir.
-Bueno, creo que al fin prefirió irse sin alboroto -dijo Gandalf No te
preocupes tanto. Se encontrará bien, ahora. Dejó un paquete para ti. ¡Ahí
está!
Frodo tomó el sobre de la repisa, le echó una mirada, pero no lo abrió. -
Creo que adentro encontrarás el testamento y todos los otros papeles -dijo el
mago-. Tú eres ahora el amo de Bolsón Cerrado. Supongo que encontrarás
también un Anillo de oro.
-¡El Anillo! -exclamó Frodo-. ¿Me ha dejado el Anillo? Me pregunto por
qué. Bueno, quizá me sirva de algo.
-Sí y no -dijo Gandalf -. En tu lugar, yo no lo usaría. Pero guárdalo en
secreto ¡y en sitio seguro! Bien, me voy a la cama.
Como amo de Bolsón Cerrado, Frodo sintió que era su penoso deber
despedir a los huéspedes. Rumores sobre extraños acontecimientos se habían
diseminado por el campo. Frodo nada dijo, pero sin duda todo se aclararía por
la mañana. Alrededor de medianoche comenzaron a llegar los carruajes de la
gente importante y así fueron desapareciendo, uno a uno, cargados con
hobbits hartos pero insatisfechos. Al fin se llamó a los jardineros, que
trasladaron en carretillas a quienes habían quedado rezagados.
La noche pasó lentamente. Salió el sol. Los hobbits se levantaron
bastante tarde y la mañana prosiguió. Se solicitó el concurso de gente, que
recibió orden de despejar los pabellones y quitar mesas, sillas, cucharas,
cuchillos, botellas, platos, linternas, macetas de arbustos en flor, migajas,
papeles, carteras, pañuelos y guantes olvidados, y alimentos no consumidos,
que eran muy pocos. Luego llegó una serie de personas no solicitadas, los
Bolsón, Boffin, Bolger, Tuk y otros huéspedes que vivían o andaban cerca.
Hacia el mediodía, cuando hasta los más comilones ya estaban de regreso,
había en Bolsón Cerrado una gran multitud, no invitada, pero no inesperada.
Frodo los esperaba en la escalera, sonriendo, aunque con aire fatigado y
preocupado. Saludó a todos, pero no les pudo dar más explicaciones que en la
víspera. Respondía a todas las preguntas del mismo modo:
-El señor Bilbo Bolsón se ha ido; creo que para siempre.
Invitó a algunos de los visitantes a entrar en la casa, pues Bilbo había
dejado «mensajes» para ellos.
Dentro del vestíbulo había apilada una gran cantidad de paquetes, bultos y
mueblecitos. Cada uno de ellos tenía una etiqueta. Había varias de este tipo:
Para Adelardo Tuk, de veras para él, estaba escrito sobre una sombrilla.
Adelardo se había llevado muchos paquetes sin etiqueta.
Para Dora Bolsón, en recuerdo de una larga correspondencia, con el cariño
de Bilbo, en una gran canasta de papeles. Dora era la hermana de Drogo y la
sobreviviente más anciana, emparentado con Bilbo y Frodo; tenía noventa y
nueve años y había escrito resmas de buenos consejos durante más de medio
siglo.
Para Milo Madriguera, deseando que le sea útil, de B. B., en una pluma de
oro y una botella de tinta. Milo nunca contestaba las cartas.
Para uso de Angélica, del tío Bilbo, en un espejo convexo y redondo. Era
una joven Bolsón que evidentemente se creía bonita.
Para la colección de Hugo Ciñatiesa, de un contribuyente, en una biblioteca
(vacía). Hugo solía pedir libros prestados y la mayoría de las veces no los
devolvía.
Para Lobelia Sacovilla-Bolsón, como regalo, en una caja de cucharas de
plata. Bilbo creía que Lobelia se había apoderado de una buena cantidad de
las cucharas de Bilbo mientras él estaba ausente, en el viaje anterior. Lobelia
lo sabía muy bien. Entendió en seguida la ironía, pero aceptó las cucharas.
Esto es sólo una pequeña muestra del conjunto de regalos. Durante el
curso de su larga vida, la residencia de Bilbo se había ido atestando de cosas.
El desorden era bastante común en las cuevas de los hobbits y esto venía
sobre todo de la costumbre de hacerse tantos regalos de cumpleaños. Por
supuesto, los regalos no eran siempre nuevos; había uno o dos viejos mathoms
de uso olvidado que habían circulado por todo el distrito, pero Bilbo tenía el
hábito de obsequiar regalos nuevos y de guardar los que recibía. El viejo
agujero estaba ahora desocupándose un poco.
Los regalos de despedida tenían todos la correspondiente etiqueta que el
mismo Bilbo había escrito, y en varias aparecían agudezas o bromas. Pero,
naturalmente, la mayoría de las cosas estaban destinadas a quienes las
necesitaban y fueron recibidas con agrado. Tal fue el caso de los más pobres,
especialmente los vecinos de Bolsón de Tirada. El Tío Gamyi recibió dos
bolsas de patatas, una nueva azada, un chaleco de lana y una botella de
ungüento para sus crujientes articulaciones. El viejo Rory Brandigamo, como
recompensa por tanta hospitalidad, recibió una docena de botellas de Viejos
Viñedos, un fuerte vino rojo de la Cuaderna del Sur, bastante anejo, pues había
sido puesto a estacionar por el padre de Bilbo. Rory perdonó a Bilbo y luego
de la primera botella lo proclamó un gran hobbit.
A Frodo le dejó muchísimas cosas y, por supuesto, los tesoros principales.
También libros, cuadros y cantidad de muebles. No hubo rastros ni mención de
joyas o dinero; no se regaló ni una cuenta de vidrio, ni una moneda.
Frodo tuvo una tarde difícil; el falso rumor de que todos los bienes de la
casa estaban distribuyéndose gratis se propaló como un relámpago; pronto el
lugar se llenó de gente que no tenía nada que hacer allí, pero a la que no se
podía mantener alejada. Las etiquetas se rompieron y mezclaron, y estallaron
disputas; algunos intentaron hacer trueques y negocios en el salón y otros
trataron de huir con objetos de menor cuantía, que no les correspondían, o con
todo lo que no era solicitado o no estaba vigilado. El camino hacia la puerta se
encontraba bloqueado por carros de mano y carretillas.
Los Sacovilla-Bolsón llegaron en mitad de la conmoción. Frodo se había
retirado por un momento, dejando a su amigo Merry Brandigamo al cuidado de
las cosas. Cuando Otho requirió en voz alta la presencia de Frodo, Merry se
inclinó cortésmente. -Está indispuesto -dijo-. Está descansando.
-Escondiéndose, querrás decir -respondió Lobelia-. De cualquier modo
queremos verlo y lo exigimos. ¡Ve y díselo!
Merry los dejó en el salón por un tiempo y los Sacovilla-Bolsón
descubrieron entonces las cucharas. Esto no les mejoró el humor. Por último
fueron conducidos al escritorio. Frodo estaba sentado a una mesa frente a un
montón de papeles. Parecía indispuesto (de ver a los Sacovilla-Bolsón, en
todo caso). Se levantó jugueteando con algo que tenía en el bolsillo y les habló
con mucha cortesía.
Los Sacovilla-Bolsón estuvieron bastante ofensivos. Comenzaron por
ofrecerle precios muy reducidos (como entre amigos) por varias cosas que no
tenían etiqueta. Cuando Frodo replicó que sólo se darían aquellas cosas
especialmente destinadas por Bilbo, respondieron que todo el asunto era muy
sospechoso.
-Sólo una cosa me resulta clara -dijo Otho-, y es que tú eres el más beneficiado
de todos. Insisto en ver el testamento.
Otho habría sido el heredero de Bilbo de no mediar la adopción de Frodo.
Leyó el testamento cuidadosamente y bufó. Era, para su desgracia, muy claro
y correcto (de acuerdo con las costumbres legales de los hobbits, quienes
exigían, entre otras cosas, las firmas de siete testigos, estampadas con tinta
roja).
-¡Burlado otra vez! -dijo a su mujer-. ¡Después de haber esperado sesenta
años ¿Cucharas? ¡Qué disparate! -Chasqueó los dedos bajo la nariz de Frodo
y salió corriendo.
No fue tan fácil deshacerse de Lobelia. Un poco más tarde Frodo salió del
estudio para ver cómo se desarrollaban los acontecimientos y la encontró
revisando todos los escondrijos y rincones y dando golpecitos en el suelo. La
acompañó con firmeza fuera de la casa, después de aligerarla de varios
pequeños pero bastante valiosos artículos que le habían caído dentro del
paraguas no se sabía cómo. La cara de Lobelia reflejaba la angustia con que
buscaba una frase demoledora de despedida, pero esto fue lo único que dijo
volviéndose airadamente:
-¡Vivirás para lamentarlo, jovencito! ¿Por qué no te fuiste tú también? Tú
no eres de aquí, no eres un Bolsón, tú... ¡tú eres un Brandigamo!
-¿Has oído eso, Merry? Fue un insulto, ¿no? - dijo Frodo cerrando la
puerta en las narices de Lobelia.
-Fue un cumplido -respondió Merry Brandigamo-, y por eso mismo falso.
Luego recorrieron el lugar y expulsaron a tres jóvenes hobbits (dos Boffin
y un Bolger) que estaban agujereando la pared de una bodega. Frodo tuvo un
forcejeo con el joven Sancho Ganapié (el nieto del viejo Odo Ganapié), quien
había iniciado una excavación en la despensa mayor, donde le pareció que
sonaba a hueco. La leyenda del oro de Bilbo movía a la curiosidad y a la
esperanza: pues el oro legendario misteriosamente obtenido, si bien no
positivamente mal habido, es, como todos saben, para aquel que lo encuentre,
a menos que algún otro interrumpa la búsqueda.
Frodo echó a Sancho, y se desplomó en una silla de la sala. -Ya es hora de
cerrar la tienda, Merry -dijo-. Echa llave a la puerta y no la abras a nadie hoy,
aunque traigan un ariete.
Frodo fue a reanimarse con una tardía taza de té. Apenas se había
sentado, cuando se oyó un golpe en la puerta principal. «Seguro que es Lobelia
otra vez», pensó. «Se le habrá ocurrido algo realmente desagradable y ha
vuelto para decírmelo. Puede esperar.»
Siguió tomando té. Se oyó otra vez el golpe, mucho más fuerte. Frodo no
le dio importancia. De repente la cabeza del mago apareció en la ventana. -Si
no me dejas entrar, Frodo, haré volar la puerta colina abajo -dijo.
-¡Mi querido Gandalf! ¡Medio minuto! -gritó Frodo, corriendo hacía la puerta-
. ¡Entra! ¡Entra! Pensé que era Lobelia.
-Entonces te perdono. La vi hace un momento en un cochecito que iba
hacia Delagua, con una cara que hubiese agriado la leche fresca.
-Casi me ha agriado a mí. Honestamente, estuve tentado de utilizar el
Anillo de Bilbo. Tenía ganas de desaparecer.
-¡No lo hagas! -dijo Gandalf sentándose-. Ten mucho cuidado con ese
Anillo, Frodo. En realidad, en parte he venido a decirte una última palabra al
respecto.
-Bueno, ¿de qué se trata?
-¿Qué sabes tú del Anillo?
-Sólo lo que Bilbo me contó. He oído su historia; cómo lo encontró y cómo
lo usó en el viaje, quiero decir.
-Estoy pensando qué historia -dijo Gandalf.
-Oh, no la que contó a los Enanos y escribió en el libro -dijo Frodo-. La
verdadera historia. Me la contó tan pronto como vine a vivir aquí. Me dijo que
tú lo habías importunado y al fin te la contó y que entonces era mejor que yo
también la supiera. «No tengamos secretos entre nosotros, Frodo», me dijo
Bilbo. «Pero no la repitas. De cualquier modo, el Anillo me pertenece.»
-Interesante -dijo Gandalf-. ¿Qué pensaste?
-Si te refieres al invento ese del «regalo», bueno, te diré que la historia
verdadera me parece mucho más probable y no pude entender por qué la
alteró. Nada propio de Bilbo, al menos; el asunto me pareció raro.
-Lo mismo a mí, pero a la gente que tiene estos tesoros, y los utiliza,
pueden ocurrirles cosas realmente raras. Permíteme aconsejarte que seas
muy cuidadoso con el Anillo; puede tener quizás otros poderes además de
hacerte desaparecer a voluntad.
-No entiendo -dijo Frodo.
-Yo tampoco -respondió el mago-. Sólo que anoche me puse a pensar en
el Anillo. No tienes por qué preocuparse, pero sigue mi consejo y úsalo poco a
nada. Al menos te ruego que no lo uses en casos que puedan provocar
comentarios o sospechas. Te repito: guárdalo en secreto y en un sitio seguro.
-¡Cuánto misterio! ¿Qué temes?
-No lo sé muy bien, y por lo tanto no diré más. Hablaré quizá cuando
vuelva. Me voy inmediatamente; así que me despido por ahora. -Se puso de
pie.
-¡Así de pronto! - exclamó Frodo -. ¿Por qué? Creí que te quedarías por lo
menos una semana. Gandalf, esperaba tu ayuda.
-Así lo deseaba, pero tuve que cambiar de idea. Quizá me aleje por mucho
tiempo; volveré a verte tan pronto como me sea posible. ¡Cuenta conmigo!
Vendré sin hacer ruido y no a menudo. Creo que me he vuelto bastante
impopular en la Comarca. Dicen que soy un estorbo, un perturbador de la paz.
Por si te interesa, te aviso que algunos hablan de una confabulación entre tú y
yo para quedarnos con las riquezas de Bilbo.
-¡Algunos! -exclamó Frodo-. Quieres decir Otho y Lobelia. ¡Qué
abominables! Les daría Bolsón Cerrado y todo lo demás si pudiera tener otra
vez a Bilbo y salir con él a corretear por los campos. Amo la Comarca, pero
comienzo a lamentar no haber partido con Bilbo. Me pregunto si lo veré otra
vez.
-Lo mismo digo -respondió Gandalf-, y me pregunto muchas otras cosas.
¡Adiós, ahora! ¡Cuídate! Búscame sobre todo en los momentos difíciles.
¡Adiós!
Frodo lo acompañó hasta la puerta. Gandalf lo despidió agitando la mano y
desapareció a paso sorprendentemente rápido, aunque Frodo pensó que el
viejo mago estaba más agobiado que de costumbre, como si llevase un gran
peso sobre los hombros. La tarde moría y la figura embozada se perdió en el
crepúsculo. Frodo no volvería a verlo por largo tiempo.